Natxo Vadillo

Por qué la UE debe suavizar su marco regulatorio para ganar competitividad

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  • valores de la sociedad

La Unión Europea (UE) se ha consolidado como uno de los mercados mundiales con un marco regulatorio más exhaustivo y complejo a nivel global. Desde normativas ambientales hasta regulaciones fiscales y laborales, este ecosistema normativo ha sido diseñado con la intención de garantizar altos estándares en múltiples ámbitos. 

Sin embargo, esta estructura regulatoria, aunque con beneficios en términos de seguridad del consumidor, estabilidad financiera y protección medioambiental, también ha generado efectos colaterales que, sin duda, limitan la competitividad de las empresas europeas. 

En un contexto de una situación económica cada vez más compleja, esta pérdida de competitividad es una de las amenazas más peligrosas para la prosperidad del bloque a largo plazo. En tres décadas, el peso de la UE en el PIB mundial ha pasado del 23 % al 14 %, una cifra que refleja muy bien este hecho, sobre todo respecto a Asia o Estados Unidos. 

En este lapso de tiempo, el liderazgo económico y en términos de innovación se ha trasladado desde el eje Atlántico hacia el eje Indo-Pacífico debido al avance de las grandes naciones asiáticas, pero también al mantenimiento del liderazgo de EE. UU. Esta realidad debe llamar a la reflexión en la UE, dado que en los últimos 30 años los estadounidenses han sido capaces de defender su liderazgo gracias a un modelo que ha permitido aumentar su PIB per cápita en un 60 % cuando Europa lo hacía en menos de un 30 %.

Y los expertos coinciden en que el bajo rendimiento continuará, e incluso podría empeorar, si no se replantea radicalmente la regulación económica tal y como la conocemos, conclusión que se ve reforzada por el reciente informe Draghi sobre la competitividad europea, donde algunas de sus referencias son realmente preocupantes, con ejemplos palpables como “Solo cuatro de las 50 mayores empresas tecnológicas del mundo son europeas”. 

En un contexto global altamente dinámico y marcado por la competencia feroz entre grandes potencias, la UE se enfrenta el desafío de encontrar un equilibrio entre regulación y competitividad. Nuestras compañías tienen capacidad suficiente para tener peso en el nuevo entorno global, pero falla la regulación, que es excesiva y ha establecido unas reglas de juego en desventaja con EE UU y China, lo que afecta la capacidad de las empresas europeas para innovar, expandirse y competir en mercados internacionales. 

Repensando los marcos regulatorios de la UE


Aunque no existe una cifra exacta del número total de normativas vigentes en la UE debido a la constante actualización y modificación de las mismas, se sabe que el acervo comunitario comprende miles de actos legislativos. Basta con echar un vistazo al portal EUR-Lex, la base de datos oficial de la legislación de la UE, para darse cuenta de una vasta colección de documentos legales, incluyendo tratados, directivas, reglamentos y decisiones, que refleja la amplitud del marco normativo y su evolución a lo largo del tiempo. 

También una encuesta reciente realizada por la ERT (Mesa Redonda Europea para la Industria) revela que el 91% de los directores ejecutivos consideran que mejorar y simplificar el entorno regulatorio de la UE sería la estrategia más eficaz para restaurar la competitividad europea. Los líderes empresariales reconocen la necesidad de un cambio radical en las políticas para fomentar un entorno más favorable para los negocios. 

Europa por fin se ha dado cuenta de que está perdiendo competitividad por este motivo; y cuando te enfrentas a la realidad de un problema es el momento para empezar a solucionarlo. El reto es cómo hacerlo y, sobre todo, la inercia que ahora tiene todo el proceso regulatorio y la mentalidad, muy guiada por una aversión al riesgo importante, que hace que no sea tan sencillo.


Los escollos regulatorios a los que se enfrentan las empresas


El modelo regulador de la UE se basa en un enfoque preventivo y armonizador que busca minimizar riesgos y establecer un estándar común para todos los Estados miembros, una filosofía que si bien ha sido clave en la creación de un mercado único robusto, también ha derivado en múltiples barreras para la actividad empresarial. 

Este problema se ha visto agravado por la respuesta de la UE a las crisis recientes, con un impulso normativo sin precedentes para acelerar la transición ecológica y digital. Estos objetivos forman parte integral de la estrategia a largo plazo de la Comisión Europea, pero también suponen un coste para las empresas europeas. Por lo tanto, la pregunta es de qué modo se pueden combinar estos objetivos ambiciosos con un entorno reglamentario adecuado para empresas competitivas.

Y es que uno de los principales problemas radica en los elevados costes de cumplimiento que las empresas deben afrontar. Las compañías europeas, especialmente las pequeñas y medianas empresas (pymes), se ven obligadas a destinar una cantidad significativa de recursos para cumplir con normativas ambientales, fiscales y laborales que en muchos casos resultan excesivamente complejas, un gasto adicional que reduce su margen de maniobra, limitando su capacidad de inversión en innovación, expansión y desarrollo de nuevos productos. Y recordemos que las pymes son la piedra angular de la generación de riqueza y empleo en Europa.

La legislación de la UE no está ajustada al tamaño de la empresa y ha impuesto muchas medidas nuevas de presentación de información que afectarán (directa o indirectamente) de un modo desproporcionado a pymes y empresas de mediana capitalización. Al no contar con los mismos recursos que las empresas más grandes, la mayoría de ellas tendrán que invertir en conformidad frente a un fuerte detrimento de la innovación.

La burocracia también juega un papel crucial en esta problemática, ya que los procesos administrativos, caracterizados por su rigidez y falta de eficiencia, ralentizan la operatividad de las empresas, dificultando la creación de nuevas iniciativas empresariales y reduciendo la agilidad en la toma de decisiones. 

A esto se suma la fragmentación del mercado europeo, un problema que persiste a pesar de los esfuerzos por la armonización regulatoria. Aunque contamos con un mercado único, la existencia de regulaciones específicas en cada Estado miembro genera incertidumbre y obstáculos para aquellas empresas que buscan operar en múltiples países de la UE. Una situación que se ve exacerbada por la liberalización reciente de las ayudas estatales, que no hará sino acentuar las asimetrías entre países con más y menos margen fiscal.

Y si a todo estos se une que la rigidez normativa europea afecta la capacidad de atraer inversión extranjera, que suele preferir entornos con mayor flexibilidad y menores costes administrativos, la UE se convierte en un destino mucho menos atractivo en comparación con mercados como Estados Unidos o China.

Comparación con Estados Unidos y China


El entorno regulatorio de la UE contrasta significativamente con los modelos adoptados por estas dos grandes potencias. En el caso de Estados Unidos, la regulación empresarial se caracteriza por su flexibilidad y orientación hacia la competitividad, lo que permite que las empresas operen con menos restricciones, especialmente en sectores estratégicos como la tecnología o la biotecnología. 

Este enfoque facilita la innovación y el crecimiento, ya que las compañías pueden desarrollar productos y servicios sin enfrentarse a un entramado burocrático tan complejo. Además, la política fiscal estadounidense está diseñada para incentivar la inversión, con medidas como exenciones fiscales y un sistema de patentes más ágil que permite a las empresas proteger y comercializar sus innovaciones con mayor rapidez. 

Por otro lado, China adopta un modelo de regulación estratégica que combina un control estatal selectivo con políticas de incentivo para sectores clave. Mientras que ciertas industrias están sujetas a estrictas normativas, el Estado chino flexibiliza las regulaciones en ámbitos considerados prioritarios para el desarrollo económico del país. 

Esta estrategia ha permitido la rápida expansión de gigantes tecnológicos y empresas innovadoras que operan en un entorno menos restrictivo que el europeo. La intervención estatal también facilita el acceso a financiación y recursos, lo que da a las empresas chinas una ventaja competitiva considerable en el escenario global.


La regulación no puede ser un freno para la innovación


Para mejorar la competitividad sin comprometer los valores fundamentales de la Unión, la UE debe adoptar un enfoque más pragmático en su política regulatoria. El marco regulatorio y el entorno es fundamental para el análisis de riesgos o de rentabilidad del negocio. Y aparte de la sobrerregulación, que crea inseguridad jurídica, el enfoque de la normativa es un factor muy relevante a la hora de tomar decisiones de inversión. 

Uno de los problemas que estamos sufriendo en Europa en términos de competitividad es que no solo hemos sobrerregulado, sino que además lo hemos hecho sin pensar para qué sirve. Se defienden nuestros intereses, derechos, pero también se tiene que crear un marco en el que se desarrolle un crecimiento económico, el bienestar y la inversión

Por eso, como prioridad esencial, los marcos regulatorios deben evolucionar de manera concertada. El compromiso de la CE de reducir las cargas administrativas en un 25% es positivo, pero la transformación regulatoria debe ir más allá de la simplificación y permitir activamente la innovación en sectores estratégicos. Esto significa establecer un equilibrio adecuado entre riesgo e innovación en las primeras etapas del desarrollo de cualquier sector, así como mecanismos para recalibrar la regulación, en particular en los sectores de alta prioridad, a medida que evolucionan.

Por ejemplo, los entornos de pruebas regulatorios, que permiten a las empresas probar productos sin una supervisión regulatoria total, son un ejemplo de este enfoque. Las empresas participantes tienen un 50% más de probabilidades de captar capital, al tiempo que proporcionan a los reguladores información crucial sobre los riesgos y oportunidades emergentes. Al adaptar la supervisión a los riesgos reales y agilizar los procesos, podemos fomentar la innovación y, al mismo tiempo, mantener protecciones sólidas.

Y es que la regulación debe basarse en un enfoque de evaluación de riesgos en lugar de aplicar restricciones uniformes. La UE podría desarrollar un sistema de regulación diferenciada que permita establecer normativas más estrictas solo en aquellos sectores donde realmente sean necesarias, evitando así la aplicación de normas generalizadas que pueden resultar innecesarias y costosas.

Contrólame sí, pero déjame crecer


Si bien el marco regulatorio de la UE ha sido un pilar para la estabilidad y la protección del consumidor, su rigidez y complejidad se han convertido en factores que limitan la competitividad de las empresas europeas en un contexto global. Para garantizar que la UE siga siendo un actor relevante en la economía mundial, es imprescindible adoptar un enfoque más flexible y pragmático en su política regulatoria. 

Es ahora cuando la UE tiene la oportunidad de reformular su enfoque normativo para garantizar un futuro más dinámico y competitivo, sin renunciar a los principios de calidad, sostenibilidad y equidad que han definido su identidad. Para lograrlo, es fundamental adoptar una visión estratégica que priorice la eficiencia y el desarrollo empresarial, asegurando que las regulaciones sean un motor de crecimiento y no un obstáculo para la prosperidad económica del Viejo Continente.

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