Natxo Vadillo
Trump contra sí mismo: cómo los aranceles perjudican a la economía global (y de América primero)
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La reciente oleada de aranceles impuesta por la administración Trump en su segundo mandato ha marcado un punto de inflexión en la política comercial global, con consecuencias potencialmente devastadoras para la economía mundial.
Las medidas proteccionistas del presidente estadounidense, que incluyen desde gravámenes del 25% al acero y aluminio importados, hasta amenazas de aranceles generalizados a productos europeos, está generando una tremenda onda expansiva que afectará a empresas, consumidores y mercados financieros.
Se trata, casi sin atisbo de duda, de una estrategia que, lejos de «hacer grande a América de nuevo», podría desencadenar una espiral de respuestas comerciales, incremento de precios y ralentización económica global en ambos lados del Atlántico.
La nueva ola proteccionista que revolverá todo
Esta política forma parte de un plan arancelario multifacético que, según la Casa Blanca, pretende potenciar las condiciones para la industria manufacturera estadounidense y corregir supuestos desequilibrios comerciales. Además, Trump ha advertido a Europa sobre la imposición de un arancel adicional del 25% a productos de la Unión Europea a partir del 2 de abril.
Esta amenaza se suma a gravámenes ya anunciados del 25% a las importaciones procedentes de México y Canadá (10% para productos energéticos canadienses) y del 10% a las de China. El presidente ha justificado estas medidas argumentando que «otros países han usado los aranceles contra nosotros durante décadas y ahora es nuestro turno».
Según una investigación de la Tax Foundation, una organización internacional de análisis de política fiscal, los aranceles impuestos actualmente solo a estos tres últimos países equivaldrían a un aumento impositivo promedio de 1.072 dólares al año por hogar estadounidense, debido al aumento de los precios de importaciones de todo tipo de productos, que van desde las frutas y verduras mexicanas hasta la madera canadiense y pasando por los productos electrónicos chinos (sin excepciones para productos de Apple como los iPhones, a diferencia del primer mandato de Trump).
Lo que resulta particularmente preocupante es la errática implementación de estas políticas, ya que Trump ha mostrado un comportamiento impredecible en sus decisiones arancelarias, anunciando medidas que luego aplaza para volver a imponerlas, generando una incertidumbre que ya ha provocado caídas significativas en las bolsas mundiales.

El impacto inflacionario y el mito del resurgimiento económico de EEUU
El efecto más inmediato y visible de los aranceles de Trump sobre la economía estadounidense es el aumento de las expectativas inflacionarias, que, según datos recientes, han alcanzado su nivel más alto desde principios de la década de 1990. Los hogares estadounidenses esperan ahora una inflación del 3,9% en los próximos años, en comparación con el 3% de diciembre pasado.
Esta inflación afectará directamente al poder adquisitivo del ciudadano americano, creando un efecto dominó: precios más altos, menor consumo, menor crecimiento económico y, potencialmente, pérdida de empleos. Paradójicamente, una política diseñada para «proteger» la industria estadounidense podría acabar debilitándola aún más.
La escalada inflacionaria también plantea un desafío significativo para la Reserva Federal, que ya estaba luchando por convencer a los consumidores de que la inflación caería al objetivo del 2%. El banco central se encuentra ahora en una encrucijada: mantener los tipos de interés elevados para contener la inflación, arriesgándose a frenar el crecimiento económico, o reducirlos para estimular la economía, con el riesgo de alimentar aún más la inflación.
Para las empresas americanas, la Tax Foundation estima que estos aranceles reducirán el PIB de EE. UU. en un 0,4% anual, el stock de capital en un 0,3% y supondrán la pérdida de 309.000 empleos, ya que los mayores costes de producción podrían llevar a algunas compañías a considerar la deslocalización para evitar los aranceles.
La encuesta del Centro para la Investigación Económica y sobre Políticas (CEPR) de enero de 2025 sugiere que el impacto en el crecimiento del PIB de la UE podría ser algo menor, reduciéndolo en menos de 1 punto porcentual en cuatro años, pero con sectores específicos que corren un mayor riesgo.
Por ejemplo, el Instituto Kiel advierte sobre un «caos económico» con las exportaciones manufactureras alemanas, especialmente las de automóviles, potencialmente cayendo casi un 20%, en un momento en que las economías europeas ya están luchando por sobrevivir. Oxford Economics destaca que el sector automotriz de la UE, que sostiene 13,8 millones de empleos, podría experimentar una fuerte contracción en las exportaciones a EE. UU. si los aranceles aumentan del 2,5% al 25%, haciendo que los coches europeos sean menos competitivos.
Del espejismo de la protección industrial…
Aunque Trump argumenta que los aranceles revitalizarán la economía estadounidense y crearán empleo, la evidencia histórica de su primer mandato sugiere lo contrario. Según un análisis de 2023 de la Comisión de Comercio Internacional, si bien los aranceles a los metales de 2018 expandieron modestamente la producción estadounidense, incrementaron los costes de automóviles, herramientas y maquinaria, y redujeron la producción de esas industrias en más de 3.000 millones de dólares en 2021.
Incluso empresas que teóricamente deberían beneficiarse de la protección arancelaria han expresado su preocupación. William Oplinger, director ejecutivo de Alcoa, uno de los mayores productores de aluminio de Estados Unidos, advirtió recientemente que los aranceles de Trump podrían costar 20.000 empleos estadounidenses en la propia industria del aluminio.
… a la paradoja de la relocalización forzada
Esta política arancelaria generará sin duda un efecto boomerang sobre la industria estadounidense, ya que la administración Trump pretende forzar la relocalización industrial hacia territorio estadounidense mediante aranceles punitivos. Sin embargo, esta estrategia ignora dos realidades fundamentales.
En primer lugar, la implementación generalizada de acuerdos de compensación u «offset» resulta prácticamente imposible a escala global. Estos acuerdos comerciales compensatorios, que equilibran las balanzas comerciales mediante diversos mecanismos de reciprocidad, funcionan en sectores específicos como el militar, pero no son viables como base de una política comercial general.
En segundo lugar, y quizás más importante, está la brecha de competitividad industrial. Pongamos el ejemplo de la industria automotriz norteamericana actual, que es el resultado de décadas de integración regional que ha aprovechado las ventajas competitivas de cada país.
Los fabricantes de automóviles han desarrollado cadenas de suministro altamente interdependientes, en las que motores, transmisiones y otros componentes cruzan las fronteras múltiples veces antes de ensamblarse en un vehículo final. Y este ecosistema industrial no puede desmantelarse sin graves consecuencias.
Como ejemplo está Detroit, otrora capital mundial del automóvil, y que hoy es el símbolo de desindustrialización. Las fundiciones mexicanas y europeas han demostrado mayor competitividad, precisamente por eso los «tres grandes» de la automoción americana (Ford, GM y Stellantis) han trasladado parte significativa de su producción a México.
Esta realidad se refleja en cifras: México exporta vehículos a Estados Unidos por valor de más de 165.800 millones de dólares anuales, representando el 80% de su producción automotriz. La capacidad productiva mexicana se ha expandido de 10 plantas en 1993 a más de 37 actualmente, con capacidad para producir cinco millones de vehículos anuales, un crecimiento que no es casualidad, sino resultado de ventajas competitivas reales.
El aplazamiento de un mes en los aranceles al sector automotriz, anunciado por la Casa Blanca, es un reconocimiento tácito de la fragilidad del sistema. Este «balón de oxígeno» para las grandes corporaciones afincadas en territorio mexicano revela las presiones internas que está recibiendo Donald Trump desde los propios fabricantes estadounidenses, conscientes del daño potencial a sus operaciones.

Una tormenta económica en el horizonte europeo
Las consecuencias para Europa son igualmente preocupantes. La amenaza de Trump de imponer un arancel del 25% a los productos de la Unión Europea a partir del 2 de abril ha desatado la alarma en Bruselas, que ya ha anunciado que actuará «de manera firme e inmediata» ante unos aranceles que considera «injustificados» e «ilegales», con contramedidas a las exportaciones de productos estadounidenses que también plantea el riesgo de una escalada, que podría desembocar en una auténtica guerra comercial transatlántica.
Históricamente, la UE respondió a los aranceles de 2018-2019 con 28.000 millones de dólares en gravámenes a las exportaciones estadounidenses, dirigidos a productos icónicos como las motocicletas Harley Davidson o el bourbon, lo que aumentará los precios y reducirá el acceso a estos productos, mientras que la incertidumbre económica podría frenar la inversión.
España, como ejemplo representativo de la vulnerabilidad europea, elevó su déficit comercial con EE.UU. a 10.000 millones de euros en 2024, pero nuestras empresas exportaron bienes y servicios a este socio transatlántico por valor de unos 18.179 millones, según datos del Ministerio de Economía. Ahora, los grandes exportadores españoles de productos como el aceite de oliva, el vino o el acero están conteniendo la respiración ante la posibilidad real de tener que buscar mercados alternativos, con grandes compañías españolas que tienen un volumen de facturación en Estados Unidos de miles de millones de euros.
Socialmente, la política podría ampliar la desigualdad económica, ya que los hogares de menores ingresos soportan la carga de los precios más altos, mientras que las pérdidas de empleos en la manufactura afectan duramente a las comunidades, especialmente en el corazón industrial de EE. UU o Europa (particularmente en Alemania e Italia) en un momento de gran fragilidad económica.
Consecuencias para las empresas: adaptarse o morir
Las grandes corporaciones multinacionales también se enfrentan a decisiones estratégicas complejas. Aquellas con cadenas de valor globales tendrán que reconsiderar sus estructuras productivas y logísticas para mitigar el impacto de los aranceles, lo que podría implicar relocalizaciones parciales, búsqueda de nuevos proveedores o reorganización de sus redes de distribución, suponiendo inversiones significativas y potenciales pérdidas de eficiencia, que inevitablemente se trasladarán, al menos parcialmente, a los precios finales.
Las pequeñas y medianas empresas, con menor capacidad financiera y operativa para adaptarse, serán probablemente las más afectadas. Para muchas pymes exportadoras europeas, el mercado estadounidense representa una parte sustancial de sus ventas, y el impacto de un arancel del 25% podría ser catastrófico para su viabilidad.
Para las pymes estadounidenses, que dependen de recursos importados, el panorama no es más alentador, ya que el encarecimiento de materias primas y componentes reducirá sus márgenes o las obligará a incrementar precios, deteriorando su competitividad en un entorno ya de por sí complicado. Además, Trump ha advertido explícitamente a las empresas estadounidenses contra la deslocalización, amenazando con una tasa del 35% sobre las importaciones de compañías que trasladen su producción al extranjero.
En un contexto de globalización avanzada, forzar la localización de toda la cadena productiva en territorio estadounidense puede resultar ineficiente y costoso. Además, las empresas podrían optar por reorientar sus estrategias hacia otros mercados, reduciendo su dependencia de Estados Unidos, lo que a largo plazo debilitaría la posición económica estadounidense en lugar de fortalecerla.
Una estrategia a todas luces contraproducente
La política arancelaria de Donald Trump representa un anacronismo económico en un mundo globalizado, que lejos de fortalecer la economía estadounidense, amenaza con desencadenar una espiral de represalias comerciales que dañará a empresas, consumidores y trabajadores en ambos lados del Atlántico. Los datos históricos de su primer mandato ya demostraron que el coste de los aranceles superó ampliamente sus beneficios. Y la nueva ola proteccionista, más amplia y agresiva, probablemente multiplicará estos efectos negativos.
En última instancia, las políticas comerciales de Trump parecen más orientadas a satisfacer una narrativa política interna, o directamente a alimentar su propio ego, que a promover un crecimiento económico sostenible. La historia económica nos enseña que el proteccionismo rara vez genera los beneficios prometidos, mientras que casi invariablemente produce consecuencias adversas no intencionadas.
La economía global del siglo XXI, caracterizada por cadenas de valor altamente integradas, no se presta a soluciones simplistas basadas en barreras comerciales artificiales. Y el verdadero riesgo es que, en su intento de «hacer grande a América de nuevo», Trump acabe perjudicando precisamente a aquellos a quienes prometió ayudar.